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Una carencia íntima

El autor: Juan José Millás

Nació en Valencia en 1946, pero ha vivido en Madrid gran parte de su vida. Juan José Millás es una de las grandes firmas de la narrativa española actual. En 1975 publicó su primera novela 'Cerbero son las sombras'. Entre sus éxitos, 'La soledad era esto' (Premio Nadal, 1990), 'El desorden de tu nombre', 'Letra muerta', 'El orden alfabético', 'No mires debajo de la cama', 'Dos mujeres en Praga' (Premio Primavera de Novela, 2002), 'Laura y Julio' (2006) y 'El mundo' (Premio Planeta 2007). Es columnista de 'El País' y sus cuentos y novelas han sido traducidos a más de 20 idiomas.

En sus historias indaga en los recovecos más oscuros de la conciencia de los personajes que pasan de la rutina y la cotidianeidad de la vida a situaciones fantásticas con la mayor naturalidad. Preciso y crítico como periodista y fabulador deslumbrante en su profunda vocación literaria, Millás es uno de los imprescindibles contemporáneos, un autor que de la forma más simple nos muestra la complejidad del alma humana.

Presentación: Una carencia íntima

Los cuentos, las novelas, los articulos que publica regularmente en el periódico Juan José Millás, y que han merecido el nombre de 'articuentos', tienen el denominador común de sumergirnos en insólitas y extrañas dimensiones de eso que llamamos realidad. Esas dimensiones de misterio y sombra están ahí, basta con observar atentamente para percibirlas, basta con dar la vuelta a lo conocido, a lo que suponemos cierto, basta con que la imaginación fuerce un poco la lógica de los acontecimientos para que todo adquiera una nueva luz y pierda o gane sentido, en definiva, para que lo fantástico asome y se introduzca en nuestras vidas tiñendo de irrealidad lo que nos rodea.

El protagonista de nuestro cuento es un hombre que ya de niño estuvo seguro de triunfar, de obtener cuanto se propusiera sin esfuerzo, y así ha sido. Poseía el atrevimiento y la habilidad para burlarse de los procedimientos con los que funcionan nuestras sociedades. Sin embargo, en el camino hacia el éxito vino a tropezarse con un armario. Fue en principio un espacio para la huida, pero en su interior llegó a descubrir y desarrollar una sensibilidad antes no explorada, lo que le permitió vivir una experiencia irrepetible. Desde entonces no ha vivido sino para recuperar aquello que tuvo y perdió. Poco importa si lo que este personaje recurda y nos narra fue tan solo un viaje de su imaginación, en todo caso, ha marcado su vida para siempre. Su triunfo social apenas ha podido compensar esa 'carencia íntima' sentida desde entonces.

Y es que en ese ámbito, quizás imaginario, pero de indudable valor simbólico, tan distinto y paralelo a lo convencional, los deseos y las sensaciones alcanzaron plenitud y expresión sin necesidad de palabras ni de ninguna de las reglas habituales. El armario puede ser un espacio 'irreal' pero es también espacio de evasión, de libertad y de intensidad desconocida. Por eso no es posible vivir fuera de él lo que se vive y se siente dentro, por eso la realidad material no puede darnos nunca una experiencia comparable. Una experiencia tal pertenece a otra dimensión, se inserta en la realidad, pero transcurre al margen de ella, conforma, sin embargo, nuestra indentidad y se oculta en la capa más profunda de nuestra conciencia.

Lo fantástico en los cuentos de Millás no es casi nunca un punto de partida, sino algo que surge y encaja en la fluidez del relato con absoluta naturalidad, del mismo modo que se colocan los armarios en el lugar más adecuado de las casas. Se trata de usarlos sin reparar en ellos. Quizá, después de leer este relato no podamos evitar hacerlo, pues se habrán convertido en presencias inquietantes, pero también tentadoras, la gran aventura de nuestras vidas puede estar esperándonos dentro.

Una carencia íntima

Qué vida. Aquí al lado, dos chalés más allá de éste que ahora ocupo yo con mi familia, viví hace treinta años una historia de amor irrepetible. Yo era un joven algo particular, pues la seguridad absoluta de que me haría rico, como así ha sido, en el momento en que me pusiera a ello me daba mucho más tiempo libre que al resto de mis compañeros o amigos, empeñados en labrarse un porvenir en general bastante agotador. De manera que entretenía mi ocio yendo de acá para allá y aprendiendo cosas como jugar al billar o hacer cócteles que ya de mayor me han resultado enormemente útiles. El caso es que una de estas actividades con las que procuraba entretener mi ocio consistía en robar objetos en los grandes almacenes. Sujetacorbatas, gemelos, broches, cinturones, bolígrafos, calcetines, libros, discos y ocasionalmente un par de zapatos, gozaban de mis preferencias frente a otros objetos más valiosos, pero de complicado acceso. En realidad lo que menos me interesaba de estas incursiones era el botín, que repartía generosamente entre mis amigos, yo me quedaba con la emoción de vulnerar la ley enfrentando mi limitado talento a un sistema poderoso por cuyo interior la gente circulaba de un lado a otro, llena de paquetes, como las locas hormigas por el interior de sus galerías. Yo sin embargo, circulaba por esos túneles, horadados por escaleras mecánicas y huecos de ascensor, ajeno a aquella lógica de intercambio que parecía consumir a hombres, muyeres y niños. La mirada de locura que les veía utillizar al inclinarse sobre un artículo, para valorar su condición y su precio, me parecía fuera de lugar y me costaba comprender que les gustasen las cosas que les gustaban, pero sobre todo, que pagaran por ellas el precio que pagaban. Argumentaba que si algo te atrae debes encontrar el camino menos arduo para conseguirlo. Claro que yo soy un poco especial, pues la verdad es que siempre he obtenido lo que me apetecía sin invertir en ello grandes esfuerzos. Esa facilidad innata ha provocado siempre entre los otros y yo un distanciamiento poco apto para la creación de un clima de comprensión mutua. Recuerdo, por ejemplo, que siendo niño se pusieron de moda unas plumas estilográficas que tenían alguna característica especial. Pues bien, mis compañeros de classe ahorraron durante meses para llegar a comprarla, ingnoro cómo no se les agotó el deseo en una espera tan larga. En cambio, yo me fui un sábadao a unos grandes almacenes y la robé. Se podría pensar que con esta actitud mía se corren grandes riesgos. Pero no es cierto, en mi caso, al mernos, puedo afirmar que siempre he actuado con la seguridad de que no me podría ocurrir nada y esa certidumbre se ha cumplido sin grandes quebrantos a lo largo de toda mi vida. Sin embargo, cierto día de mi ya lejana juventud estaba robando un sujetacorbatas en el piso segundo de unos grandes almacenes, cuando sentí sobre mi nuca una molestia, o un aviso, que me obligó a volverme. A unos metros de mí había una figura cuyo grado de mimetización con el medio era tal que me había pasado inadvertida. Se trataba de un hombre de traje gris y estatura mediana, que había observado todos mis movimientos a través de los cristales de unas gruesas gafas de concha. Comprendí en seguida que se trataba de un vigilante y comencé a huir con discreción, aunque con rapidez. Pronto advertí que el sujeto de las gafas de concha me perseguía hábilmente para no llamar la atención del numeroso público. Conseguí despistarlo en una sección de cuartos de baño y grifería en general, pero en seguida volvió a aparecer detrá de una cortina de plástico. Con la seguridad de que no me podría atrapar, corrí por un pasillo formado por dos muros de alfombras y desemboqué en la sección de muebles. Allí vi un complicado armario de tres cuerpos y me metí en él con la naturalidad con la que otros entran en su casa. El armario era un vientre enorme y complejo, como si la oscuridad total que amacenaba estuviese constituida por la suma de diversas oscuridades de menor entidad que atravesaban en forma de túneles el interior del mueble. Por esos túneles llegaban, distorsionados, los ruidos del exterior que rebotaban contra las paredes de madera antes de derrumbarse sobre el oscuro suelo y callar para siempre. Por lo demás, se estaba bastante bien y como muy protegido de la locura exterior a la que ya he hecho referencia. Al poco de estar disfrutando de esta soledad de armario, y cuando ya empezaba a tomar nota de algunos efectos de orden óptico y acústico producidos por las características del recipiente, sentí que aquel vientre se movía y escuché una conversación de la que deduje que el mueble estaba siendo trasladado. Efectivamente, los gritos de los operarios, algunos bruscos vaivenes, que casi me hicieron perder el equilibrio, y un movimiento nervioso que pareció dotar al armario de una respiración ansiosa, me indicaron que nos encontrábamos sobre la caja de un camión rumbo hacia algún lugar desconocido. Por el rumor de voces, ensordicido por el motor del vehículo, supe que al otro lado del tabique viajaban al menos dos de los operarios que estaban participando en el traslado. Después de un tiempo, cuya duración no pude calcular por la situación de aislamiento en que me hallaba, el vehículo se detuvo y el armario volvió a convulsionarse entre los gritos de los operarios que lo manipulaban. A todas estas voces masculinas se unió en seguida la voz de una mujer, que empezó a dirigir a los obreros, indicándoles que llevaran cuidado con las paredes y los marcos de las puertas. Finalmente, después de algunos golpes más, el armario se quedó quieto en algún lugar y la conversación se alejó en la dirección en la que, al parecer, habíamos venido. Pensé que era el momento ideal para escapar y entre abrí cuidadosamente una de las puertas. A través de la breve rendija vi un dormitorio de cama ancha, amueblado con sobriedad, pero con gusto. Entonces un raro impulso, originado por una fantasía sexual que no se tradujo de inmediato en imágenes, sino en una suerte de apremio difusamente distribuido por mi cuerpo, me obligó a cerrar de nuevo la puerta y a permanecer en el interior, como una víscera de aquel enorme y oscuro cuerpo. La breve visión de la luz, sin embargo, me ayudó a recuperar momentáneamente la noción del tiempo. Por eso sé que no pasaron más de diez minutos hasta que mi aislamiento se vio nuevamente interrumpido por el ritmo de unos pasos, los de la mujer, pensé, que se acercaron hasta el armario. Me retiré hacia uno de los costados, el izquierdo, ocultándome parcialmente en un recoveco creado por la complicada arquitectura exterior del mueble. En seguida, se abrió la puerta central, por cuyo hueco apareció fugazmente una melena, tras la quise advertir la presencia de un prerfil hermoso. La mujer se retiró hacia el interior de la habitación y regresó en seguida. Entonces vi asomar por la puerta una mano breve y delgada, sin adornos, de la que pendían un traje y una percha que fueron colocados sobre la barra que atravesaba longitudinalmente el interior sombrío del armario. Cuando el cuerpo central estuvo lleno, se cerró esa puerta y se abrió en seguida la del lateral izquierdo. Me aplaste contra el recoveco de la esquina y esperé la llegada de la mano, que pasó a menos de un palmo de mi rostro, portando esta vez un vestido largo y sedoso contra el mi aliento rebotaba y me era devuelto cargado de un olor, entre artificial y humano, que acentuó la sensación de apremio sexual a que ya he hecho referencia. El mueble quedó lleno en pocos minutos y yo volví a caer blandamente en la oscuridad, multiplicada ahora por las sucesivas barreras de trajes que segmentaban la tiniebla, pero que la hacía aún más acogedora y más rica desde el punto de vista de las sensaciones olfativas. Me senté entonces en mi rincón acariciando el vuelo del vestido más cercano, y comencé a reconstruir el volumen de la mujer partiendo de los dos datos conocidos, la mano y la melena. Mi deseo acabó configurando un cuerpo menudo y ágil, de caderas anchas y busto reducido, coronado por una hermosa cabeza, en la que había unos ojos oscuros y unos labios ligeramente abultados en la parte central. Cuando acabé de dibujarlo hasta en sus más pequeños detalles, estuve a punto de llorar de nostalgia, tal era el amor que empezaba a sentir por la desconocida. Entre tanto, el tiempo transcurrió sin que fuera capaz de tomar ninguna determinación respecto a mi futuro inmediato. Finalmente, a una hora que podríamos situar entre las 19:00 y las 22:00, yo me había metido en el armario a eso de las 17:00, regresaron los pasos y las voces. Se trataba de nuevo de la mujer, acompañada ahora del marido, que parecía llegar de trabajar en ese momento. Escuché algunos comentarios sobre la funcionalidad y la belleza del mueble. El marido, en general, parecía bastante indiferente y contestaba con monosílabos a los juicios de la desconocida. Al fin se fueron, a cenar, supongo, y regresaron a la habitación dos o tres horas después de esta breve visita. Escuché los ruidos que hicieron para desnudarse e introducirse en la cama, así como los vanos intentos de la mujer para iniciar una conversación que no llegó a cuajar. El marido parecía poco sensible a las preocupaciones de su esposa y ensguida conectó la radio sin que se produjera ningún otro suceso interesante. Yo me acomodé en mi rincón y no me costó mucho conciliar el sueño. Me despertó, a una hora indeterminada, el zumbido de un despertador. La pareja, al otro lado del armario, se puso en seguida en movimiento y yo adopté la postura del día anterior ocultándome parcialmente en el recoveco del armario, que fue abierto un par de veces en el plazo de diez minutos. Finalmente, se oyó el ruido lejano de una puerta y todo quedó en silencio. Supuse que la pareja se había ido a trabajar y salí del armario sin adoptar mayores precauciones. Eran las ocho y media de la mañana y la casa estaba vacía. La recorrí perezosamente, deteniéndome en aquellos detalles que pudieran darme alguna información sobre sus inquilinos sin encontrar nada realmente interesante. Se trataba de un matrimonio vulgar y, a juzgar por el paisaje que se veía desde las ventanas, vivian modestamente en una casita baja del extraradio de la ciudad, extraradio que se ha convertido hoy en una carísima zona residencial, en la que tengo importantes intereses económicos. Sin embargo, la mujer era bellísima, tal como pude comprobar por la contemplación de una foto que encontré en el salón, su belleza sobrepasaba en mucho a mis fantasías. Sentí un amor enorme por aquella figura y un desprecio notable por el marido, insensible y frío como un mueble macizo. El hambre me condujo en seguida a la cocina. La nevera estaba bien provista de embutidos y quesos. De manera que me preparé un café y comí con ganas, pensando sobre todo en que tampoco esa noche podría cenar si me quedaba a vivir en el armario. Cuando me sentí satisfecho, recogí las cosas que había ensuciado y, de paso, fregué algunos cacharros que había en la pila, procedentes de la cena del día anterior y el desayuno. Después, tras dormitar un poco sobre un sofá bastante cómodo que había en el salón, comencé a leer una novela de espías que me enganchó con facilidad. A eso de las cuatro escuché el ruido característico de una llave al deslizarse sobre su embocadura, y regresé al armario. Los días siguientes transcurrieron de un modo algo rutinario. La pareja tenía unos horarios bastante rígidos, a los que yo me acoplé sin dificultades. Normalmente la mujer permanecía sola en casa por las tardes, dedicándose a las tareas del hogar o habalando con su madre desde un teléfono situado en la mesilla de noche. El marido llegaba poco antes de cenar y los dos se acostaban temprano sin hacer otra cosa que escuchar la radio, tras haber cambiado dos o tres frases, referidas por lo común a los aspectos prácticos de la existencia. No me costó trabajo habituarme a este ritmo de vida. Por las mañanas, además de comer, dormitar, leer y atender a mi aseo personal, fregaba los cacharros del día anterior, pasaba la aspiradora y, cada tres días, quitaba el polvo de los lugares más visibles. La mujer se dio cuenta en seguida de que algo estaba ocurriendo en su casa, y una noche, en la cama, le dijo a su marido, tengo la impresión de que una presencia bienhechora nos protege. Cosas tuyas, dijo el marido con su indiferencia habitual. A veces, insistiió ella, pienso si se tratará de un hermano mío que murió al poco de nacer yo. Te estás volviendo loca, replico él. Otra día escuché que también le contaba esto a su madre, aunque por teléfonon. La respuesta, sin embargo, debió de ser parecida a la del marido, pues la mujer cambió de tema inmediatamente, como si hubiera cometido una imprudendia. El caso es que se guardó el secreto, pero comenzó a prepararme unas comidas maravillosas que dejaba bien a la vista, en la cocina. Yo procuraba comérmelo todo y, si alguna vez estaba inapetente, tiraba los restos por el váter para que no pensara que no apreciaba yo sus desvelos como ella parecía apreciar los míos. Cierto día, cuando este intercambio de bienes y sevicios había llegado a alcanzar un punto difícil de superar por los dos lados, el marido se marchó de viaje por razones de trabajo. Esa noche, mi deseo y mi amor, o la conjunción de ambos, cuyo nombre ignoro, no me dejaban dormir. De manera que había pasado ya un buen rato desde que ella se acostara, cuando abrí con sigilo el armario y penetré en la habitación con la delicadeza de un cadáver. Suavemente también, me deslicé entre las sábanas y comencé a acariciar su cuerpo con la nostalgia, la tristeza y la dicha con la que un anciano acariciaría al niño que fue. La mujer, lejos de oponer resistencia alguna, se dejaba hacer con una pasividad feroz, repleta de gemidos que parecían salir de todas aberturas de su cuerpo. Era húmeda como las paredes de una cueva y suave y deformable y tibia como un ramo de plumas. Exploré ansioso cada uno de los pleigues de su cuerpo, y cuando ya estaba suficientemente invadido por su olor, por su tacto, por su ternura, por sus jugos, la arrastré hasta el interior del armario, cerré la puerta, y nos hundimos juntos en un abismo incomprensible, lleno de nada, exepto de su grito y el mío, amplificados ambos por las virtitudes del armario y por el aleteo, siniestro y salvador, de los ropajes que contenía el mueble. De nuestras bocas oscuras no salió una palabra, nuestros ojos no alcanzaron a tocar lo que veían nuestras manos, pero nuestros cuerpos formaron arquitecturas imposibles, seuños, acoplamientos en los que su necesidad y la mía quedaron ensambladas para siempre. Cuando el deseo se debilitó, apareció el cariño, como surge el perfume de un pétalo quebrado. Entonces abrí la puerta de aquella catedral de madera, cogí en mis brazos a la mujer y la deposité en la cama. Puse a su lado los restos del breve camisón con el que se había acostado y regresé a mi lugar. Al día siguiente no oí el despertador. Me levanté feliz a media mañana y empleé el tiempo en limpiar a fondo los azulejos del baño, que estaban algo descuidados. Por la noche salí de nuevo del armario y repetí la experiencia con resultados semejantes. En fin, soy un hombre de negocios, un padre de familia, un hombre afortunado, al menos desde los parámetros que normalmente se utilizan para medir la dicha de los otros. Pero no soy filósofo, ni un escritor ni un poeta. No podría expresar por tanto, con la precisión deseable el significado cabal de aquellas noches ni el modo en que tales sucesos llegaron a inscriberse en mi conciencia. Sí sé que en torno a ellos se han articulado todos los demás hechos de mi vida afectiva y que no ha habido un solo día desde entonces en el que no pensara en aquella mujer, cuya casa abandoné al regreso del marido insensible. En cualquier caso, la aventura transformó mi carácter, dotándolo de unos matices nostálgicos propios de aquellos seres que sufren una amputación íntima, una carencia, una separación que solo la muerte es capaz de aliviar, siquiera parcialmente. Entre tanto he ganado el dinero preciso para comprar estos terrenos donde estaba su casa y donde pienso erigir una enorme escultura tallada en piedra, que reproduzca lo más exactamente posible aquel armario. Tal vez ella, si vive, reconozca el mensaje y comience, como yo, a anhelar, la muerte.

Actividades

A. ¿Qué preposición?

en, con, a, tras, por, sin, de

1. El resto de mis compañeros estaba empeñado ..... labrase un porvenir. en

2. Yo me quedaba ..... la emoción ..... vulnerar la ley enfrentando mi limitado talento ..... un sistema poderoroso. con, de, a

3. Yo circulaba ..... esos túneles, horadados ..... escaleras mecánicas y huecos ..... acensor. por, por, de

4. Claro que yo soy un poco especial, pues la verdad es que siempre he obtenido lo que me apetecía ..... invertir ..... ello grandes esfuerzos. sin, en

5. En seguida, se abrió la puerta central ..... cuyo hueco apareció fugazmente una melena, ..... la que quise advertir la presencia ..... un perfil hermoso. por, tras, de

6. El marido parecía un poco insensible ..... las preocupaciones ...... su esposa. a, de

B. ¿Verdaderas o falsas?

1. El protagonista solía regalar los objetos que robaba a sus amigos. v

2. El vigilante de seguridad perió definitivamente la pista del ladrón en la sección de cuartos de baño y grifería. f

3. La mujer estaba segura de que lo que ocurría en la casa era obra de un hermano suyo que había fallecido recientemente. f

4. Los protagonistas no tuvieron nunca una conversación. v

5. La aventura del armario determinó la vida afectiva del potagonista. v

C. Sustituya por un sinónimo

1. Yo era un joven algo particular. privado / peculiar / inquietante peculiar

2. El caso es que una de las actividades con las que procuraba entrener mi ocio consistía en robar objetos. pretendía / podía / intentaba intentaba

3. En realidad lo que menos me interesaba de esas incursiones era el botín. expediciones / salidas / inroducciones - la ganancia / el tesoro / lo robado expediciones, lo robado

4. La mirada de locura que les veía utilizar al inclinarse sobre un articulo me parecía fuera de lugar. desplazada / descontrolada / exagerada exagerada

5. Efectivamente los gritos de los operarios, algunos bruscos vaivenes, que casi me hicieron perder el equilibrio. golpes / movimientos / empujones movimientos

6. A través de la rendija, vi un dormitorio sobrio, pero con gusto. sencillo / abstemio / clásico sencillo

D. ¿Que faltan y relacione?

empeñarse, invertir, distanciar, dotar. | el entretenimiento, el rebote , el valor.

1. Acción de destinar los bienes de capital a obtener algún beneficio. invertir, la inversión

2. Cada uno de los botes que después del primero da el cuerpo que se mueve. rebotar, el rebote

3. Importancia de una cosa, acción, palabra o frase. valorar, el valor

4. Cantidad de bienes o dinero que la mujer aporta al matrimonio o que entraga al ingresar en un convento o institución religiosa. dotar, la dote

5. Deseo intenso de hacer algo. empeñarse, el empeño

6. Espacio o periodo de tiempo que media entre dos cosas o sucesos. distanciar, la destancia

7. a. Algo que sirve para divertirse entretener, el entretenimiento

E. Elija el tiempo adecuado

1. Por aquel entonces una de las actividades con las que procuré / procuraba entrener mi ocio consistía / consistió en robar objetos. procuraba, consistía

2. La verdad es que durante toda mi vida siempre obtuve / he obtenido lo que me apetecía / apeteció. he obtenido, apetecía

3. Con la seguridad de que no me podría / pudo atrapar, corría / corrí por un pasilo y desemboqué / desembodaba en la sección de muebles. podría, corrí, desemboqué

4. Entre tanto, el tiempo transcurrió sin que yo fuera / sea capaz de tomar una determinación respecto a mi futuro. fuera

5. Por las mañanas, además de comer, dormitar, leer y atender mi aseo personal, fregué / fregaba los cacharros, pasaba / pasé la aspiradora y quité / quitaba el polvo. fregaba, pasaba, quitaba

F. Haga una breve descripción física y psíquica del narrador basada en su propia imaginación y en los datos que da el cuento.

La historia trata de un hombre que tiene su propia visión de la vida y no toma en serio los acuerdos sobre lo que es mío y lo que es tuyo, que son comunes en nuestra sociedad occidental. Esta actitud le trajo muchos beneficios económicos durante su vida. Sin embargo, en este relato también describe sus recuerdos de experiencias que tuvo cuando era un adulto joven, o quizás un poco más joven. Estos recuerdos evocan en él sentimientos diarios de privación interior. Recuerdos de experiencias que él cree que nunca volverá a vivir. Esto lo deprime tanto que quiere escapar de la vida.

G. Imagine que él esculpe finalmente la escultura. Escriba un posible final de la historia empleando para ello el mayor número posible de la siguientes palabras, no necesariamente en el mismo orden.

ayuntamiento, dinero, amor, pasión, subvención, terreno, permisos, legales, dificultas, superar, anciana, pelo, tiempo, reunión, soborno, anhelo, deseo, coacción, influencias, poder, ciego, ramo, invitación, impetuoso, creencia, mirada, pasión, anónimo, amenaza, teléfono, cita, recuerdos, sueño, pesadilla, creatividad, vago

Nunca he experimentado un sentimiento más fuerte de pasión impetuoso y amor en toda mi vida que en este armario. En los últimos años mi anhelo de hacer una gran estatua de piedra de ese armario se hizo más fuerte y el dinero para ello, como estaba acostumbrada, no fueron un problema. Por supuesto que intenté conseguir una subvención para ello. También aún tuve que ir al ayuntamiento para solicitar un permiso para esa terreno para poder colocarlo legalmente allí. Esto evita posibles dificultades en esta área, aunque yo vaya a superar los obstáculos si surgen. Detrás del mostrador del ayuntamiento estaba sentada una señora anciana con pelo trenzado. Ella tardó mucho tiempo en terminar la llamada telefónica, que probablemente era sobre una reunión de su amigos. Ella no parecía del tipo que acepta sobornos. Sospeché que un ramo de flores tendría más probabilidades de tentarla a desviarse del camino habitual. Tuve que controlar mi deseo de sobornarla, amenazarla o coaccionarla de cualquier manera. Después de todo, la influencia de los funcionarios del gobierno es de gran importancia para que la imagen de mi sueño se haga realidad o no. Es mi creencia de que mi mirada creativa de la vida es diferente a la de la mayoría de las personas y que los malentendidos ciegos alimentan mis pesadillas y mis carencias. Por eso persigo mi sueño, para escapar de la, en mi opinión, extraña vida que lleva la mayoría de la gente.

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