El autor: Carlos Castán
Nació en Barcelona en 1960, aunque su infancia y juventud transcurren en Madrid. Su especialidad son los cuentos. Es profesor de Filosfía en Huesca y debutó en la literatura con el libro de relatos 'Frio de vivir'(1998). Después llegó 'Museo de la soledad' y bastó con estos libros para ganarse a la crítica y a los amantes de la narrativa en forma de cuento. Pasaron ocho años hasta que Castán publicó 'Solo de lo perdido' libro al que pertenece el cuento que te presentamos.
Inquietante, cotidiano, profundo, poético y sorprendente en su lenguaje; la técnica de Castán tiene su raíz en los cuentos de Cortázar. Sus relatos hablan de pasiones, de la pérdida, están llenos de ironía y misterio. Trascurren en ciudades como Madrid, Huesca o Barcelona pero el autor recrea una atmósfera nueva, llena de trenes que parten rumbo al pasado, llena de paisajes y delirios inquietantes. Son personajes en tránsito, en camina hacia el ayer y hacia el otro, hacia aquello que, como en una espiral, nos sitúa frente a la propia conciencia.
Presentación: Las visitas
Este relato nos sitúa en el Madrid de la época actual, aunque también nos ofrece, en los recuerdos de infancia de uno de sus protagonistas, emotivas y plásticas descripciones de ambientes y lugares en parte ya desaparacidos. En este sentido, el relato contiene, al menos , una doble historia de amor: Madrid y Elena son, a partes iguales, los dos amores de Carlos, el protagonista y narrador. Por alguna extraña razón ambos están asociados en su mente: si consigue uno, también conseguirá el otro. Y es que Carlos reside en una de las ciudades dormitorio próxima a la capital. La muerte de su abuela le permitirá volver a una casa del centro de Madrid y 'vivir' por fin, según dice. Además la nueva casa, más accesible, hará más fácil sus prometedores encuentros con Elena.
Elena, por su parte, ha tenido recientemente una conflictiva historia con un novio capaz de darle momentos terribles, pero también bellas palabras de amor. Este novio será la visita inesperada que llama a la puerta y que no termina de marcharse, ni de la casa ni de sus vidas. Los tres personajes iniciarán una curiosa relación de interdependencia. En cierto modo, parece que se han estado esperando para dar algún sentido a sus vidas y que necesitaran la casa céntrica de Madrid como motor de sus decisiones y como punto de unión. Sin embargo, algo falta o alguien sobra.
Nuestro protaganista descubre que el amor, en el fondo es una manera de mirar al otro, y a partir de ese momento, aunque tarde en darse cuenta, ya no buscará otra cosa que esa mirada. Por eso sabe que su historia con Elena tiene los días contados y que la relación serena que le ofrece no puede competir en pasión e intensidad con la anterior. Él carece del misterio y de la imaginación y del espíritu de lucha de su rival. Además, está acostumbrado a dejarse llevar por las circumstancias y éstas lo vuelven a poner en donde estaba.
El fracaso con Elena, sin embargo, va a llenar de verdadero contenido la palabra 'vivir' dándole experiencias desconocidas. Va a saber del amor y sus matrices, del profundo dolor de la pérdida, del silencio de la soledad entre los ruidos de la gran ciudad, y, sobre todo, va a sentir la nostalgia de una mirada que nunca recibió. De todo eso, sacará fuerzas para actuar con iniciativa propia por primera vez en su vida.
Si en el futuro encuentra esa mirada, siendo el mismo será ya otro. Quizás entonces su nombre represente para la mujer amada el miserio y la sorpresa que antes no pudo alcanzar.
Las visitas
Carlos Castán
Octubre es un mes en el que en mi vida acostumbran a soplar vientos como de guerra, algunas amarguras se cuelan en lo hondo y otras, por el contrario, emprenden vuelo sin saber ni adónde. El de ese año me trajo a Elena y me quitó a la abuela. En apenas un par de semanas se veía a las claras que mis días iban a ser distintos y que lo que antes eran viajes a deshora a la farmacia de guardia podía convertirse con un poco de suerte en noches de jazz y vino, y películas y Elena y aire fresco y vivir, por fin vivir, aun sin terminar de tener muy claro qué entendía yo exactamente por esta palabra que me traía ecos de esas músicas desconcertantes que salen a veces desde el fondo de un bar, y evocaba borrosamente terrazas de Lavapiés, la espuma de un vaso de cerveza desbordándose, taxis al aeropuerto, hombros dorados, vestidos blancos. Vivir.
El resto de mi familia no tuvo inconveniente en que tras la muerte de mi abuela me trasladase a vivir a su casa, a cuatro pasos como quien dice de la glorieta de Bilbao. No era ninguna maravilla, pero mi apartamento de Tres Cantos, fuera de la ciudad, con su parqué resplandeciente, su minicadena, su mininevera, su miniespacio invadido de sol, me estaba apartando de la vida de una manera peligrosa y absurda. Al final termina por dar pereza tanto tren de cercanías, de aquí para allá bajo los mismos túneles, sobre todo cuando, como suele ser mi caso, se sale más que nada por salir, sin rumbo fijo ni propósito definido. Y uno acaba dando vueltas a las mismas manzanas sin historia de la ciudad dormitorio, fantasma y reluciente, con sus escaparates semivacíos, los contenedores de basura recién salidos de fábrica, los pasos de cebra acabados de pintar y el silencio propio de un pueblo en el que, durante la mañana, sólo se han quedado los enfermos y los desempleados. Un pueblo como en espera siempre de la hora de cenar, de que regresen los vagones repletos de vecinos. Además, en casa de la abuela, tan en el centro, Elena no tendría que pegarse esos madrugones, la pobre, si alguna noche se quedaba a dormir, porque a veces nos daban las tantas hablando de cosas, de las suyas más que de las mías, sobre todo de ese último novio que le amargó la vida, que bebía sin tiento y arrojaba objetos desde la cama, el despertador, el cenicero, y que lloraba a veces sin venir a cuento y le leía poemas en voz en alta y cortaba para ella las flores de los parques.
Lo primero de todo era tratar de arrancar del piso de la abuela el pegajoso rastro de la enfermedad. Después de tantos años las habitaciones se habían impregnado de un olor a bata azul celeste y a crucigrama abandonado a medio hacer sobre la mesa camilla. El reloj de pared de la sala, antes que marcar las horas de un mundo real ahí fuera, señalaba cucharadas de jarabe, la pastilla de la tarde, la de antes de dormir, huevos pasados por agua o vasos de leche con miel. Se diría que entre aquellos tabiques siempre era la hora de los medicamentos. Se hacía extraño avanzar por los pasillos de cualquier otro modo que no fuese arrastrando los pies, e incluso las vistas desde cualquiera de las ventanas parecían corresponder a la mirada hastiada de un enfermo a media tarde: la circulación cansina, los edificios grises, el escaparate de la vieja mercería, horas que pasaban como nubarrones sobre un paisaje urbano aburrido de sí mismo. Observando esa calle un domingo por la tarde puede tomarse conciencia de hasta qué punto es cierto que hay lugares en los que el silencio se propaga, no se puede saber cuál es la fuente de la que emerge ese silencio, qué interior de iglesia, qué aula de academia abandonada o qué alma solitaria agazapada en un rincón, pero lo cierto es que el silencio se propaga desde alguna parte y va invadiendo la calle con ondas de un gas grisáceo que se cuela por todas las grietas y desciende a los sótanos y se eleva a lo alto de los terrados. No iba a bastar con cambiar algunos cuadros o llenar de libros las escasas estanterías, cada tabique estaba sucio de tos y de aspirinas y la desgana se iba ovillando por todos los rincones como un gato moribundo.
Para investir el lugar con al menos una sombra de mi ser e ir eliminando ese olor asqueroso a prohibido fumar y a baldosas fregadas con lejía lo primero que se me ocurrió fue invitar a Elena a una velada íntima para lo cual compré —no sin cierta pompa— un buen reserva del Somontano y unas cuantas velas para transformar en lo posible el aire y la iluminación de la sala. Me pregunté cuánto tiempo haría que no entraba en esa casa una botella de vino. Mi abuelo, que en paz descanse, no era un mal bebedor, recuerdo haberlo ido a buscar de crío más de una vez por las tascas del barrio algunos domingos de comida familiar porque, según decían, se le iba el santo al cielo y todo el mundo esperando con la mesa puesta mientras él pedía una última ronda y hablaba de la guerra y de Luis Miguel Dominguín. Recuerdo esas tabernas llenas de toneles enormes donde solían obsequiarme con un puñado de aceitunas o un boquerón en vinagre y en las que el vino era como una especie de rocío que le salía a la madera del mostrador y a los barriles, un sudor afrutado que invadía el aire donde Sénecas frustrados pontificaban acerca de esto y de lo otro, el gobierno, el Tour de Francia, lo vano de la vida, la velocidad del tiempo. En su último año de vida, acorralado por males sin remedio, la abuela le ponía cocacola en la mesa diciéndole que era vino y a la pobre se le salían las lágrimas de los ojos viendo que aquel hombre, la vieja autoridad de las bodeguillas del barrio, no era ya capaz de notar la diferencia.
Elena acudió bellísima, con su vestido lila y unas sandalias blancas con algo más de tacón de lo que en ella era habitual, y anduvo curioseando por las estanterías, los cuatro libros que había en la casa, casi todos obsequio de la Caja de Ahorros, retratos enmarcados, elefantes de porcelana y cosas así. En seguida descubrió las posibilidades de aquel piso sombrío, qué tabiques había qué tirar, qué trastos bajar al contenedor de basura y qué otros ir restaurando despacio y con el tiempo, aprovechando esas tardes de lluvia en que lo que apetece es preparar una buena cafetera y quedarse en casa desempolvando los viejos discos. Nada más descorchar la botella fue como si en el ambiente viciado de las habitaciones hubiera irrumpido de golpe un soplo de luz. La atmósfera de la sala absorbió con la avidez de una esponja seca ese inesperado brote de vida: las copas de cristal, las piernas de Elena, el ruido del corcho, el aire se quedó con todo eso, lo apresó para sí como se bebe un ogro la felicidad de los niños.
Al cuarto de hora empezaron a llamar con insistencia por el telefonillo. Era Carlos, el tipo al que Elena acababa de dejar un par de meses atrás, justo antes de conocernos. Ella se puso al aparato y estuvo discutiendo con él cinco largos minutos hasta que por fin le abrió la puerta haciéndome a mí una señal como de lo siento, un gesto breve que quería decir algo así como habrá más ocasiones, ya verás como sé compensarte. Las presentaciones fueron escuetas porque ambos nos llamábamos igual:
—Carlos, Carlos —dijo Elena.
Antes de estrecharle la mano ya advertí que venía bastante borracho. Pude haberlo echado de casa en ese mismo momento, mostrar indignación y defender el territorio, pero me di cuenta de que no era eso lo que Elena quería. Andaba confusa y seriamente preocupada por él de manera que me resigné a sacar otro vaso de la vitrina y jugar a ser civilizado y sensato. Se sentó enfrente de nosotros dos, como un reo, y se secó las lágrimas. Por un instante pensé que iba a improvisar alguna disculpa por haber irrumpido de esa forma, tan infantil e insolente, en ese encuentro íntimo que se veía tan a las claras que era cosa de dos, con la bandejita de plata de la abuela, las velas y todo eso, pero nada más lejos de sus intenciones, comenzó a hablar atropelladamente de libros de poesía como si tal cosa, y de la atrocidad del mundo y del arte indefenso que respira a veces bajo la superficie de las cosas. Yo apenas podía dar crédito a la escena que tenía delante, mi tocayo atacaba nuestro vino como un animal sediento se lanza a una palangana de agua fresca, agarrando el recipiente con la zarpa completa. En un momento determinado, Elena llevó a cabo uno de sus espectaculares cruces de piernas, no sé si dedicado a él o a mí, que me hizo pensar, casi sin querer, en que quizá la crueldad también es ciega a veces, como el amor y la justicia, y hay puñales que se arrojan con toda la rabia del mundo pero con los ojos cerrados, sin importar tanto a quien duelan como el dolor en sí.
Lo que más me llamó la atención era el modo en que Elena no le quitaba ni por un segundo los ojos de encima. Lo miraba como sólo se contempla aquello que sabes que te puede romper en cualquier momento, que más temprano que tarde va a hacerte crujir el corazón. A mí nunca me había dirigido una mirada como ésa, seguramente porque yo representaba para ella justamente todo lo contrario, una calma en la que cobijarse, un sentido común, el refugio para quien llega de demasiado lejos atravesando territorios de vértigo y espanto. El tal Carlos seguía hablando sin dejar de gesticular y, en algún momento, creo que llegué a captar algo del encanto que sin duda emanaba, ese perfume que sale sólo de las flores rotas, su tristeza sin fondo, una música en la sangre. Por un lado se merecía que le partiesen la cara ahí mismo, pero, a la vez, su mirada dirigía mis pensamientos hacia otros lugares. Carlos, ¿de dónde vienes? —le preguntaba sin hablar—, ¿qué te han hecho los días que no has llegado a amar ni siquiera a uno solo de ellos?, ¿qué monstruos, qué oscuridad extraña se ha metido a vivir en tus noches?, ¿qué pánico te guía?, ¿quién te soltó la mano cuando andabas perdido y herido, a rastras por los laberintos?, ¿cómo pudiste olvidar todas tus oraciones, las canciones de esperanza, los caminos de regreso, los nombres de quienes te aguardaban con los ojos arrasados?
A partir de esa tarde de la botadura del piso se fueron sucediendo las visitas, cada vez más inoportunas. Sólo acudía cuando había bebido lo suficiente para reunir la osadía necesaria y conseguía convencerse a sí mismo de que lo anormal era normal, como si pensara que nosotros tres éramos al fin y al cabo seres especiales y de alguna manera hermanados en la vorágine del mundo. Tuvimos que inventar contraseñas para que amigos más gratos pudieran entrar en la casa, desde las ventanas escudriñábamos disimuladamente las aceras, como si fuéramos espías, antes de salir. Acabamos acostumbrándonos a hacer el amor mientras Carlos, desde la calle o en el mismo descansillo, aporreaba los timbres. En esas ocasiones notaba en Elena una excitación especial aunque nunca sabré quién era más importante en su fantasía, si en ese juego de amor los verdaderos amantes debían estar separados por muros y yo era sólo un tercero intercambiable por cualquier otro hombre sobre la tierra.
Luego las visitas se fueron espaciando hasta desaparecer del todo. Nadie llamaba a la puerta en mitad de la noche. Los días de tranquilidad dejaron de ser oasis esporádicos para convertirse en el paisaje habitual; demasiada palmera, quizás, a juzgar por el bajón que experimentó nuestro romance sin razón aparente. Rara vez nos enredábamos en batallas de amor. Elena estuvo un tiempo rara y silenciosa, también ella pasaba cada vez menos tiempo en esa casa que yo había creído que iba a terminar siendo la nuestra, venía a veces a por cosas, comíamos algo juntos, a veces hacíamos algún plan para la tarde, una película, una siesta robada, pero siempre con esa melancolía de quien está y ya no está, y puedes si quieres seguir rozando su piel pero su alma se aleja sin remedio a lomos de una nube negra, centímetro a centímetro, como en un mal sueño, y se va y se va, pretendes agarrarla pero de repente tiene la consistencia del aire, los ojos te dicen adiós, los labios se callan. Quieres despertarte pero la vida es eso. Tu vida es eso, es esa despedida que no se nombra ni se acaba, el deseo que regresa de vacío, el ruido del ascensor que te sobresalta en medio de la noche pero que siempre va a otro piso, más arriba o más abajo, y te despiertas solo y sin saber ya qué ocurre, qué ocurrió, dónde demonios se jodió todo.
Y así hasta que un día dijo:
—Tenemos que hablar.
«Tenemos que hablar» es una de las frases más terribles que existen en nuestro idioma. Nadie dice eso cuando va a darte una buena noticia, una prórroga o un pequeño respiro. «Tenemos que hablar» es el pánico. Elena tenía que hablar para pedirme, por favor, que le alquilase a precio de amigo ese piso de la abuela en el que yo ahora vivía y regresara a mi apartamento de Tres Cantos. Ése era su plan. Decía que necesitaba un espacio propio, salir de una vez por todas de casa de sus padres pero sobre todo poder estar sola, sus ganas de escribir poemas, sus cojines indios, centrarse, centrarse mucho, seguir viéndonos, cómo no, pero cada uno con su guarida y su silencio bien diferenciados, vernos claro que sí, vernos todo lo que hiciera falta, cenar juntos, cocinar el uno para el otro, sorprendernos con el vino, pero por encima de todo cada uno en su sitio y ella con sus barritas de incienso para quemar, sus libros de meditación, y ella pintaría la casa, la cuidaría muy bien, pondría unas estanterías que había visto en Ikea, caminaría descalza todo el tiempo y se traería su música, su colección de osos, me llamaría cada dos por tres, me llamaría siempre.
Tres Cantos no es Madrid. No puede ser Madrid si no queda ya bajo ese cielo legendario y sin estrellas que es como la cúpula que cubre el gran nudo de historias y de búsquedas que se enredan como calles o líneas de metro o alcantarillas, interminables y oscuras. Es como si el aire de la sierra barriese cada noche de Tres Cantos los rastros de Madrid, esa especie de ceniza que se traen a veces los trenes desde Atocha, un hollín mágico que durante unas horas se queda adherido a las fachadas y a las hojas de los árboles y que no se sabe bien qué es pero que tiene que ver con esas tabernas a las que entraba el abuelo y con frascos gigantescos de pepinillos y freidurías de churros y patatas y billares a la salida de los colegios y salones de baile y libreñas de viejo y muchachas rubias que corren para no perder el autobús que ya arranca y patatas bravas y Elena y un extravío por todas partes, una fiebre, ciegos vendiendo el cupón, taxis aterrados, Carlos apoyado en una barra de zinc con los ojos inyectados en sangre.
No tardé en sospechar que vivían juntos, Elena y mi tocayo, al menos estaba claro que ella pasaba acompañada la mayor parte de los días. Por el motivo que fuese, el equilibrio y la calma que yo le proporcionaba a Elena no era precisamente lo que ahora ella andaba buscando, estaba convencido de que veía en mí a un ser completamente plano y anodino, nada que ver con las tormentas del otro Carlos, dolorosas a veces, puede ser, pero que se traían enredados versos salvajes y pura vida y locura en ese sentido de la palabra que roza casi la estrella más hiriente de las noches. Parecían amarse oscuramente bajo el vuelo de los murciélagos mientras yo moría de tanto sol que se colaba por mis ventanas en aquella urbanización de jardines repetidos.
Empecé a hacer cosas extrañas en mí. Recorría las tabernas que quedaban en pie de la época de mi abuelo, aunque ahora ya nadie me regalaba aceitunas ni boquerones en vinagre; simplemente, como uno más, bebía en ellas el vino de los derrotados, en silencio, y escuchaba historias de viejos soldados y toreros muertos. Busqué ser permeable a los desgarros que viajan en el viento y se confunden a veces con esos gritos que nacen en las cloacas por generación espontánea o en las entrañas de alguien que pasa o en los conductos del aire acondicionado, y que nadie oye porque pasa un autobús o una ráfaga de música, pero que están allí, como latidos de una bestia, ruidos de torres que se desmoronan en las profundidades y de venas que se parten en dos, Elena, todo eso escucho, y pido otro vaso, y dejo mis monedas en un charco de vino sobre el mostrador y corro hacia tu casa, y ya me da igual la hora que sea, y hago sonar el timbre hasta que me duele el dedo, y sé que estáis ahí arriba, siento tus jadeos desde el frío de la calle, más acelerados ahora que llamo sin cesar, casi veo en el suelo tu vestido lila, tus sandalias blancas, y en la mesa baja del comedor, la botella de Somontano que compré para inaugurar una casa y una historia que era nuestra, tú lo sabes, un amor que se merendaba el mundo.
Y me contestas desde el telefonillo de arriba, me recuerdas que es tarde, me riñes por el escándalo, por los vecinos que ya empiezan a asomar la nariz en el rellano, tu voz es cálida por primera vez en mucho tiempo, quieres convencerme de que me marche, pero por fin abres la puerta. Y arriba está tu amigo, lleva puesto un pijama y te abraza desconfiado por la cintura, como si quisiera protegerte no se sabe de qué, nos miramos y no nos reconocemos, está como atónito; medio dormido, no da crédito a la escena que tiene ante sus ojos. Entonces dices:
—Carlos, Carlos.
Y comienzas a mirarme así.
Actividades
A. Sustituya la expresión negrita por un sinónimo:
1. Algunas amarguras se cuelan en lo hondo y otras, por el contrario, emprenden vuelo sin saber ni adónde. / se meten / se asientan / anidan se meten
2. Las vistas desde cualquiera de las ventanas parecían corresponder a la mirada hastiada de un enfermo a media tarde. / dolorosa / cansada / triste cansada
3. Hay lugares en los que el silencio se propaga. / crece / limita / extiende extiende
4. Para investir el lugar con al menos una sombra de mi ser, lo primero que se me ocurrió fue invitar a Elena a una velada íntima. / casi / como mínimo / apenas como mínimo
5. En su último año de vida, acorralado por males sin remedio, la abuela le ponía cocacola en la mesa. / rodeado / perseguido / intimidado rodeado
6. La atmósfera de la sala absorbió con la avidez de una esponja seca ese inesperado brote de vida. / la velocidad / el ansia / el aplomo / -- / deseo / impulso / principio el ansia -- principio
7. Andaba confusa y seriamente preocupada por él de manera que me resigné a sacar otro vaso de la vitrina. / así que / porque / aunque así que
8. Se sentó enfrente de nosotros dos, como un reo, y se secó las lagrimas. / una victima / un procesado / un delincuente un procesado
9. Creo que llegué a captar algo del encanto que sin duda emanaba, ese perfume que sale solo de las flores rotas. / corría / absorbía / emitía emitía
10. Desde las ventanas escurdriñábamos disimuladamente las aceras, como si fuéramos espías, antes de salir. / controlábamos / verificábamos / observábamos observábamos
B. Indique el antónimo de las palabras del ejercicio anterior. Utilice uno de los siguientes términos:
limitar, la moderación, la desaparición, libre, un inocente, salir, reposada, retener, ignorar, aunque no, como máximo
1. meterse / ..... salir
2. cansada / ..... reposada
3. extender / ..... limitar
4. como mínimo / ..... como máximo
5. rodeado / ..... libre
6. el ansia / ..... la moderación
7. el principio / ..... la desaparición
8. así que / ..... aunque no
9. un procesado / ..... un inocente
10. emitir / ..... retener
11. observar / ..... ignorar
C. Detecte el error que aparece en cada de las siguientes frases:
1. El resto de mi familia no tuvo inconveniente en que tras la muerte de mi abuela me traslade a vivir a su casa. trasladase / trasladara
2. Lo primero de todo era tratar arrancando del piso de la abuela el pegajoso rastro de la enfermedad. de arrancar
3. Recuerdo esas tabernas de toneles enormes donde solían obesquiarme con un puño de aceitunas o un boquerón en vinagre. puñado
4. En seguida descubrió las posibilidades de aquel piso sombrío, qué tabiques hubiera que tirar. había / habría
5. Era Carlos, el tipo al quien Elena acababa de dejar un par de meses atrás, justo antes de conocernos. al que / a quien
6. Lo que más me llamó la atención fue el modo en que Elena no le quitaba ni en un segundo los ojos de encima. ni por un / ni un
7. Por un lado se mercere que le partiesen la cara ahí mismo. merecía / merecería
8. Acabamos acostumbrándonos a hacer el amor ya que Carlos aporreaba los timbres. mientras Carlos aporreaba
9. Elena tenía que hablar perdirme que le alquilaba a precio de amigo ese piso. alquilase / alquilara
D. Relacione para formar la expresión correcta, completándolas con las preposiciones necesarias:
1. Ver, |2. Dar, |3. Llorar, |4. Irsele, |5. No quitar, |6. Enredarse, |7. Alejarse, |8. Salir, |9. No dar
a. crédito ..... la escena crédito no dar a la escena
b. el santo ..... el cielo el santo irsele a el cielo
c. ..... batallas ..... amor Enredarse en batallas de amor
d. algo ..... las claras algo ver a las claras
e. ..... una vez ..... todas ..... casa Salir de una vez por todas de casa
f. las tantas hablando ..... cosas las tantas hablando dar de cosas
g. ..... venir ..... cuento Llorar sin venir a cuento
h. los ojos ..... encima los ojos no quitar de encima
i. ..... lomos ..... una nube negra Alejarse a lomos de una nube negra
E. Elija la respuesta adecuada según el texto:
1. Carlos se trasladó a vivir al piso de su abuela
a. porque el silencio que allí se respiraba le ayudaría a empezar una vida con Elena.
b. ya que estaba vacío y el suyo de las afueras era antiguo y estaba alejado del centro.
c. pese a las huellas de la enfermedad que flotaban en el ambiente. c.
2. Carlos invitó a Elena a una velada en su casa
a. para que le aconsejara con la reforma del piso.
b. porque quería inaugurarlo con ella de una forma íntima.
c. para probar juntos el vino que tanto le recordaba a su abuelo. b.
3. El amigo de Elena
a. producía en ella una extraña mezcla de compasión y excitación.
b. irrumpía siempre en casa del protagonista con una botella de vino y sin avisar previamente.
c. era un artista fracasado e incomprendido que bebía para olvidar. a.
4. La relación entre Elena y Carlos
a. se fue apagando con el paso del tiempo debido a las constantes visitas del otros Carlos.
b. no era del todo la ideal ya que ella vivía aún con sus padres.
c. cambió paulatinamente casi sin razón aparente. c.
5. El protagonista de cuento
a. comenzó a comportarse como su tocayo para ganarse a Elena de nuevo.
b. suposo que Elena había vuelto con su tocayo, aportándole la estabilidad que ella necesitaba en esos momentos.
c. asumió su separación de Elena marchándose a vivir de nuevo a Tres Cantos. a.
F. Imagine una continuación de la historia empleando para ello el mayor número posible de las siguientes palabras en el orden que quiera:
derrotado, octubre, embriaguez, madrugada, andenes, ventaja, insustancial, emprender, invadir, pronesa, sollozos quietud, vestido, tacón, impresionante, urbanización, descentrarse, sofá cama, poesía, taburete, viajar, cocina, crecer , estimulante , insípido, piel , aroma, olvidar, espiar , confiado, tenue, desconcierto , débil.
Carlos todavia no me había derrotado, es octubre el mes de vientos que me trajo a ella y tambien quitó de ella. Lo no estaba muy impresionante el manera como él siempre había invadir con embriaguez antes la madrugada esos acciones no merecía un andenes. Se tendría que a ser en mi ventaja y no voy a tener y no quiero así a emprender algo así como simular su loco hablar insustancial y sus sollozos. Miré con desconcierto como él tumabada borracho pronesa sobre una sofá cama, debil, insipido, este fue sin descentrarse. ¿Como es eso posible un estumulante para amor?
Una tauburete viaja en un rio creciendo que terminan en un sarten en una grande cocina con el aroma tenue de hierbas de jardin. luego nuevamente una selección aleatoria de eventos extraños. ¿Dónde estuvé? En una urbanización. ¿quizas en Madrid? Un vestido azul celeste y tacones blancas en el suelo, la piel suave de Elana. ¿Qué es eso? Oigo de lejos llamados de mi nombre 'Carlos, Carlos'. Siento que alguien me está espiando. Otra vez esos llamados de 'Carlos', 'Carlos despierta'. Es Elena a lado mi cama. 'Creo que has sueñado, porque has llamado mi nombre unas veces' dice Elena. Levántate y vístete, ¿te has olvidado que hoy les vamos a decir a tus padres que queremos casarnos?
G. Las preguntas de Marisol:
1. Prepara en casa una lista de máximo 10 palabras claves relacionadas con el relato. Por ejenplo soledad, memoria, visitas inesperadas, etc 1. Amor, 2. Nostalgia, 3. Soledad, 4. Pérdida, 5. Misterio, 6. Relaciones, 7. Búsqueda 8. personajes, 9. desamor, 10. Deseo.
2. En grupos van a reunir y seleccionar máximo sus 10 palabras claves. Leugo responder esta pregunta: ¿Qué significado tienen estas palabras en el contexto del relato?
3. a. ¿Quién es o son, el o los, verdadero o verdaderos, protagonista o protagonistas? b. ¿Podrías describirlos física y o emocionalmente? c. ¿Cambia o cambian a lo largo del relato?
a. Carlos el narrador y Elena son los personajes principales. Una tercera persona también llamada Carlos también podría ser la misma persona que Carlos el narrador de esta historia. De cualquier manera, ambos Carlos quieren ganarse el corazón de Elena. Pero Elena también tiene dos caras: la Elena que busca seguridad y protección y luego está la Elena que busca principalmente pasión desinhibida.
b. La abuela murió recientemente, así que creo que son adultos jóvenes. Y Carlos describe a Elena en el cuento como una mujer atractiva.
c. Sí, tanto Carlos como Elena cambian durante la historia.
4. ¿Qué representan las "Visitas" en el texto? Elige una o más de las siguientes opciones y explica por qué:
a. Recuerdos del pasado.
b. Personas reales.
c. Proyecciones de la soledad del protagonista.
d. Una mezcla de varias opciones.
Una mezcla porque todo lo mencionado ocurre en la historia, los recuerdos, la soledad y también podría ser una historia real.
5. ¿Cómo se describe el espaio donde vive el protagonista? ¿Qué emociones te transmite? El nuevo y elegante apartamento de un ciudad dormitorio en 'Tres Cantos' evoca sentimientos de aburrimiento y soledad. Pero el viejo y polvoriento apartamento donde vivía la abuela está situado en el vibrante centro de Madrid donde se celebra la vida y donde también vive cerca Elena, su potencial amor.
6. a. ¿Cómo describirías al narrador? (Ejemplo: objetivo, subjetivo, cercano, distante) y ¿Por qué? b. Si te es posible buscaa en el texto un ejemplo de un momento donde se refleje una emoción. c. ¿Qué impacto tiene en la historia? ¿Cómo influye el narrador en nuestra percepción del protagonista y las visitas? a. Subjetivo porque se expresan los sentimientos y vivencias del protagonista.
b. Lo que más me llamó la atención era el modo en que Elena no le quitaba ni por un segundo los ojos de encima. Lo miraba como sólo se contempla aquello que sabes que te puede romper en cualquier momento, que más temprano que tarde va a hacerte crujir el corazón.
c. El narrador te lleva a su experiencia del mundo en la que también simpatiza con su rival porque reconoce mucho de sí mismo en él. Y él aprende más sobre las necesidades de Elena del otro Carlos.
7. ¿Conoces otra historia, libro, canción o película que explore la soledad como este relato? Cansión: Creo que esta es la mejor versión de este clásico, solo escucha. Ana Lila Downs Sánchez is a Mexican singer-songwriter.
Pelicula: La quietud es una película dramática argentina de 2018
8. ¿Crees que esta historia podría suceder en la ralidad? ¿Por qué? Sí, son historias realistas de la vida que realmente podrían suceder.
9. En grupo, imagina un final alternativo para la historia: (Puedes preparar individualemente tu final y luego elegir en grupo el mejor o más interesante). Por ejemplo un final optimista: ¿Qué podría ocurrir para el protagonista encuentre paz o felicidad? ¿O un final durante la Navidad?
Carlos todavia no me había derrotado, es octubre el mes de vientos que me trajo a ella y tambien quitó de ella. Lo no estaba muy impresionante el manera como él siempre había invadir con embriaguez antes la madrugada esos acciones no merecía un andenes. Se tendría que a ser en mi ventaja y no voy a tener y no quiero así a emprender algo así como simular su loco hablar insustancial y sus sollozos. Miré con desconcierto como él tumabada borracho pronesa sobre una sofá cama, debil, insipido. ¿Como es eso posible un estumulante para amor? Decentarse el amor por la botella o vida y amor verdadero. ¿Carlos, dónde, qual? El pequeño Carlos estaba sentado tristemente en un taburete en un rincón de la cocina de su abuela, esperando que sanara su dolor de rodilla. En aquella época las únicas medicinas eran los besos curativos en las zonas doloridas y las sopas de hierbas de la abuela. Nuevamente, más de esos eventos aparentemente aleatorios. ¿Dónde estuvé? En una urbanización. ¿quizas en Madrid? Un vestido azul celeste y tacones blancas en el suelo, la piel suave de Elana. ¿Qué es eso? Oigo de lejos llamados de mi nombre 'Carlos, Carlos'. Siento que alguien me está espiando. Otra vez esos llamados de 'Carlos', 'Carlos despierta'. Es Elena a lado mi cama. 'Creo que has sueñado, porque has llamado mi nombre unas veces' dice Elena. Levántate y vístete, ¿te has olvidado que hoy les vamos a decir a tus padres que queremos casarnos?