Introduccíon
11 Relatos españoles contemporáneos es el primer título de esta colección de libros con audio. Con este libro pretendemos acercar al aprendiz de español a los mejores escritores de cuentos de la literatura española de hoy en día. Esta colección tiene como objetivo presentar la variedad y la riqueza literaria y lingüística del español en el mundo. Esta es una cuidada selección de cuatro relatos en sus versiones originales. Como este libro va dirigido a estudiantes de español (niveles B2-C2), facilitamos toda una serie de ayudas para que los textos sean comprendidos en su totalidad. Por eso, cada página tiene explicaciones en español de las palabras más difíciles. Además, esas palabras se presentan en un glosario traducidas al inglés, francés y alemán al final de cada relato. Para facilitar su lectura, todos los cuentos se acompañan de una presentación del autor y una presentación del relato que ayuda a contextualizarlos y a profundizar en su contenido. Uno de los objetivos de este libro es ayudar en la preparación del DELE. Por esta razón, todos los relatos están acompañados de actividades de una modalidad y una dificultad muy similar a las que aparecen en estos exámenes. Los relatos han sido leídos por actores nativos de España para acercar al estudiante el español peninsular, en concreto a la variedad castellana. Ahora solo nos queda animarte a que te sumerjas en la lectura de estos magníficos relatos aptos para el más exigente de los lectores. Con ellos presentamos a cuatro de los mejores autores de cuentos de la literatura española contemporánea.
Manuel Rivas(1957, La Coruña)
17 Manuel Rivas es la voz más sobresaliente de la literatura gallega actual. Nació en La Coruña en 1957. Este novelista, poeta, ensayista y periodista desde muy temprana edad, escribe sus obras originalmente en gallego y ha sido galardonado con el Premio Nacional de Narrativa y con el Premio de la Crítica por El lápiz del carpintero, entre otros. Actualmente colabora en varios medios de comunicación y algunos de sus cuentos, como La lengua de las mariposas, han sido llevados al cine. Rivas maneja la palabra con exactitud. Sus cuentos hablan de emigrantes, de fusilados, de perseguidos, de viejos viajeros, del pueblo atlántico donde creció. Su manejo del lenguaje, la profundidad de sus personajes, la ternura con la que aborda sus historias y el eco poético de su estilo lo convierten en un escritor que ha revolucionado la literatura de su tierra. Rivas es un cronista comprometido con su tiempo y con la historia.
Presentacíon 'La lengua de las mariposas'
18 El cuento de Manuel Rivas está ambientado en un pueblo de Galicia en la etapa final de la Segunda República (1931-1936). La República se proclamó una vez que el Rey Alfonso XIII decidió abandonar el país tras unas elecciones municipales que dieron la victoria a los partidos de izquierda. En los cinco años del nuevo régimen no faltaron grandes tensiones y enfrentamientos entre los distintos partidos y grupos sociales en un momento en que Europa vivía el ascenso del fascismo y el influjo de la revolución soviética. En julio de 1936, parte del ejército se rebeló contra el Gobierno para librar a España del «peligro comunista, el ateísmo y la ruptura nacional». De la noche a la mañana algunas zonas del país pasaron a ser controladas por ese ejército rebelde y por fuerzas paramilitares que lo apoyaban; otras zonas permanecieron fieles a la República y algunas, como Madrid, resistieron el aislamiento y los bombardeos durante los casi tres años de la guerra. El pueblo en el que se sitúa la acción cayó pronto en manos de los sublevados, por eso veremos como algunos de los personajes sufrirán de inmediato la represión y otros, por miedo, tratarán de escapar a ella borrando toda huella de sus ideas republicanas, aunque eso implique traicionar y traicionarse. El cuento está narrado en primera persona por alguien que, muchos años después de aquellos acontecimientos, no ha olvidado los recuerdos fundamentales de su infancia. Su relato se mantiene fiel al punto de vista del niño asustado que no quería ir a la escuela por miedo a que el maestro le pegara. Sin embargo, el maestro que aquí se nos presenta ha sido formado en una tradición que no solo no creía en los castigos sino que concebía la educación como una preparación para la vida. De su mano y de su voz descubrirá nuestro protagonista la fascinante aventura del conocimiento. Sin duda, fue en la educación donde la República tuvo sus más grandes ambiciones: alfabetizar y hacer accesible la cultura a las masas populares fueron sus prioridades. Para ello se construyeron escuelas, se formó a un gran número de maestros y se crearon las Misiones Pedagógicas con las que cientos de universitarios recorrieron los pueblos de España. La profunda división que hizo posible la Guerra Civil está ejemplificada en la propia familia: la madre es muy religiosa, de «misa diaria», y el padre republicano y, en cuanto tal, enemigo de la Iglesia, pero esta circunstancia muestra al mismo tiempo que la convivencia, con sus pequeñas concesiones, era posible. Los ojos de ese niño recogen con sorpresa el rápido discurrir de los hechos, pero su mirada no juzga ni valora. A través de la descripción escueta de las conductas y actitudes de sus padres, pero sobre todo a través del retrato de aquel maestro —revivido con profundo cariño—, nos da la estampa más dura, pero también más objetiva, de una guerra en la que a veces se crearon odios antes inexistentes e, incluso, se hizo necesario, para sobrevivir, matar los sentimientos. El tiempo transcurrido desde la Guerra Civil, esto es, los cuarenta años de dictadura del general Franco y los treinta desde que España se constituye como un país democrático y moderno, no ha conseguido sanar del todo la memoria herida de mucha gente.
La lengua de las mariposas
22 «¿Qué hay, Pardal? Espero que por fin este año podamos ver la lengua de las mariposas».
El maestro aguardaba desde hacía tiempo que les enviasen un microscopio a los de la Instrucción Pública. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuviesen el efecto de poderosas lentes.
«La lengua de la mariposa es una trompa enroscada como un muelle de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cuando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar, ¿a que sentís ya el dulce en la boca como si la yema fuese la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa».
Y entonces todos teníamos envidia de las mariposas. Qué maravilla. Ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de almíbar.
Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender cómo yo quería a mi maestro.
23 Cuando era un pequeñajo, la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que se blandía en el aire como una vara de mimbre.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!».
Dos de mis tíos, como muchos otros jóvenes, habían emigrado a América para no ir de quintos a la guerra de Marruecos. Pues bien, yo también soñaba con ir a América para no ir a la escuela. De hecho, había historias de niños que huían al monte para evitar aquel suplicio. Aparecían a los dos o tres días, ateridos y sin habla, como desertores del Barranco del Lobo. Yo iba para seis años y todos me llamaban Pardal. Otros niños de mi edad ya trabajaban. Pero mi padre era sastre y no tenía tierras ni ganado. Prefería verme lejos que no enredando en el pequeño taller de costura. Así pasaba gran parte del día correteando por la Alameda, y fue Cordeiro, el recogedor de basura y hojas secas, el que me puso el apodo:
«Pareces un pardal».
Creo que nunca he corrido tanto como aquel verano anterior a mi ingreso en la escuela. Corría como un loco y a veces sobrepasaba el límite de la Alameda y seguía lejos, con la mirada puesta en la cima del monte Sinaí, con la ilusión de que algún día me saldrían alas y podría llegar a Buenos Aires. Pero jamás sobrepasé aquella montaña mágica.
24 «¡Ya verás cuando vayas a la escuela!».
Mi padre contaba como un tormento, como si le arrancasen las amígdalas con la mano, la forma en que el maestro les arrancaba la jeada del habla, para que no dijesen ajua ni jato ni jracias. Todas las mañanas teníamos que decir la frase
«Los pájaros de Guadalajara tienen la garganta llena de trigo.
¡Muchos palos llevamos por culpa de Juadalagara!». Si de verdad me quería meter miedo, lo consiguió. La noche de la víspera no dormí. Encogido en la cama, escuchaba el reloj de pared en la sala con la angustia de un condenado. El día llegó con una claridad de delantal de carnicero. No mentiría si les hubiese dicho a mis padres que estaba enfermo. El miedo, como un ratón, me roía las entrañas. Y me meé. No me meé en la cama, sino en la escuela. Lo recuerdo muy bien. Han pasado tantos años y aún siento una humedad cálida y vergonzosa resbalando por las piernas. Estaba sentado en el último pupitre, medio agachado con la esperanza de que nadie reparase en mi presencia, hasta que pudiese salir y echar a volar por la Alameda.
«A ver, usted, ¡póngase de pie!».
El destino siempre avisa. Levanté los ojos y vi con espanto que aquella orden iba por mí. Aquel maestro feo como un bicho me señalaba con la regla, Era pequeña, de madera, pero a mí me pareció la lanza de Abd el Krim.
25 «¿Cuál es su nombre?».
«Pardal». Todos los niños rieron a carcajadas. Sentí como si me golpeasen con latas en las orejas.
«¿Pardal?». No me acordaba de nada. Ni de mi nombre. Todo lo que yo había sido hasta entonces había desaparecido de mi cabeza. Mis padres eran dos figuras borrosas que se desvanecían en la memoria. Miré hacia el ventanal, buscando con angustia los árboles de la Alameda. Y fue entonces cuando me meé. Cuando los otros chavales se dieron cuenta, las carcajadas aumentaron y resonaban como latigazos. Huí. Eché a correr como un locuelo con alas. Corría, corría como sólo se corre en sueños cuando viene detrás de uno el Hombre del Saco. Yo estaba convencido de que eso era lo que hacía el maestro. Venir tras de mí. Podía sentir su aliento en el cuello, y el de todos los niños, como jauría de perros a la caza de un zorro. Pero cuando llegué a la altura del palco de la música y miré hacia atrás, vi que nadie me había seguido, que estaba a solas con mi miedo, empapado de sudor y meos. El palco estaba vacío.
Nadie parecía fijarse en mí, pero yo tenía la sensación de que todo el pueblo disimulaba, de que docenas de ojos censuradores me espiaban tras las ventanas y de que las lenguas murmuradoras no tardarían en llevarles la noticia a mis padres.
26 Mis piernas decidieron por mí. Caminaron hacia el Sinaí con una determinacíón desconocida hasta entonces. Esta vez llegaría hasta Coruña y embarcaría de polizón en uno de esos barcos que van a Buenos Aires. Desde la cima del Sinaí no se veía el mar, sino otro monte aún más grande, con peñascos recortados como torres de una fortaleza inaccesible. Ahora recuerdo con una mezcla de asombro y melancolía lo que logré hacer aquel día. Yo solo, en la cima, sentado en la silla de piedra, bajo las estrellas, mientras que en el valle se movían como luciérnagas los que con candil andaban en mi busca. Mi nombre cruzaba la noche a lomos de los aullidos de los perros. No estaba impresionado. Era como si hubiese cruzado la línea del miedo. Por eso no lloré ni me resistí cuando apareció junto a mí la sombra recia de Cordeiro. Me envolvió con su chaquetón y me cogió en brazos. «Tranquilo, Pardal, ya pasó todo». Aquella noche dormí como un santo, bien arrimado a mi madre. Nadie me había reñido. Mi padre se había quedado en la cocina, fumando en silencio, con los codos sobre el mantel de hule, las colillas amontonadas en el cenicero de concha de vieira, tal como había sucedido cuando se murió la abuela. Tenía la sensación de que mi madre no me había soltado la mano durante toda la noche.
27 Así me llevó, cogido como quien lleva un serón, en mi regreso a la escuela. Y en esta ocasión, con el corazón sereno, pude fijarme por primera vez en el maestro. Tenía la cara de un sapo. El sapo sonreía. Me pellizcó la mejilla con cariño. «Me gusta ese nombre, Pardal». Y aquel pellizco me hirió como un dulce de café. Pero lo más increíble fue cuando, en medio de un silencio absoluto, me llevó de la mano hacia su mesa y me sentó en su silla. El permaneció de pie, cogió un libro y dijo: «Tenemos un nuevo compañero. Es una alegría para todos y vamos a recibirlo con un aplauso». Pensé que me iba a mear de nuevo por los pantalones, pero sólo noté una humedad en los ojos. «Bien, y ahora vamos a empezar un poema. ¿A quién le toca? ¿Romualdo? Venga, Romualdo, acércate. Ya sabes, despacito y en voz bien alta». A Romualdo los pantalones cortos le quedaban ridículos. Tenía las piernas muy largas y oscuras, con las rodillas llenas de heridas.
«Una tarde parda y fría…» «Un momento, Romualdo, ¿qué es lo que vas a leer?». «Una poesía, señor». «¿Y cómo se titula?». «Recuerdo infantil. Su autor es don Antonio Machado». «Muy bien, Romualdo, adelante. Con calma y en voz alta. Fíjate en la puntuación».
28 El llamado Romualdo, a quien yo conocía de acarrear sacos de piñas como niño que era de Altamira, carraspeó como un viejo fumador de picadura y leyó con una voz increíble, espléndida, que parecía salida de la radio de Manolo Suárez, el indiano de Montevideo.
«Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales. Es la clase. En un cartel se representa a Caín fugitivo y muerto Abel, junto a una mancha carmín…»
«Muy bien. ¿Qué significa monotonía de lluvia?, Romualdo», preguntó el maestro. «Que llueve sobre mojado, don Gregorio».
«¿Rezaste?», me preguntó mamá, mientras planchaba la ropa que papá había cosido durante el día. En la cocina, la olla de la cena despedía un aroma amargo de nabiza. «Pues sí», dije yo no muy seguro. «Una cosa que hablaba de Caín y Abel».
29 «Eso está bien», dijo mamá, «no sé por qué dicen que el nuevo maestro es un ateo». «¿Qué es un ateo?». «Alguien que dice que Dios no existe». Mamá hizo un gesto de desagrado y pasó la plancha con energía por las arrugas de un pantalón. «¿Papá es un ateo?». Mamá apoyó la plancha y me miró fijamente. «¿Cómo va a ser papá un ateo? ¿Cómo se te ocurre preguntar esa bobada?». Yo había oído muchas veces a mi padre blasfemar contra Dios. Lo hacían todos los hombres. Cuando algo iba mal, escupían en el suelo y decían esa cosa tremenda contra Dios. Decían las dos cosas: me cago en Dios, me cago en el demonio. Me parecía que sólo las mujeres creían realmente en Dios. «¿Y el demonio? ¿Existe el demonio?». «¡Por supuesto!». El hervor hacía bailar la tapa de la cacerola. De aquella boca mutante salían vaharadas de vapor y gargajos de espuma y verdura. Una mariposa nocturna revoloteaba por el techo alrededor de la bombilla que colgaba del cable trenzado. Mamá estaba enfurruñada como cada vez que tenía que planchar. La cara se le tensaba cuando marcaba la raya de las perneras.
30 Pero ahora hablaba en un tono suave y algo triste, como si se refiriese a un desvalidó. «El demonio era un ángel, pero se hizo malo». La mariposa chocó con la bombilla, que se bamboleó ligeramente y desordenó las sombras.
«Hoy el maestro ha dicho que las mariposas también tienen lengua, una lengua finita y muy larga, que llevan enrollada como el muelle de un reloj. Nos la va a enseñar con un aparato que le tienen que enviar de Madrid. ¿A que parece mentira eso de que las mariposas tengan lengua?». «Si él lo dice, es cierto. Hay muchas cosas que parecen mentira y son verdad. ¿Te ha gustado la escuela?». «Mucho. Y no pega. El maestro no pega». No, el maestro don Gregorio no pegaba. Al contrario, casi siempre sonreía con su cara de sapo. Cuando dos se peleaban durante el recreo, él los llamaba, «parecéis carneros», y hacía que se estrecharan la mano. Después los sentaba en el mismo pupitre. Así fue como conocí a mi mejor amigo, Dombodán, grande, bondadoso y torpe. Había otro chaval, Eladio, que tenía un lunar en la mejilla, al que le hubiera zurrado con gusto, pero nunca lo hice por miedo a que el maestro me mandase darle la mano y que me cambiase del lado de Dombodán. La forma que don Gregorio tenía de mostrarse muy enfadado era el silencio.
31 «Si vosotros no os calláis, tendré que callarme yo». Y se dirigía hacia el ventanal, con la mirada ausente, perdida en el Sinaí. Era un silencio prolongado, descorazonador, como si nos hubiese dejado abandonados en un extraño país. Pronto me di cuenta de que el silencio del maestro era el peor castigo imaginable. Porque todo lo que él tocaba era un cuento fascinante. El cuento podía comenzar con una hoja de papel, después de pasar por el Amazonas y la sístole y diástole del corazón. Todo conectaba, todo tenía sentido. La hierba, la lana, la oveja, mi frío. Cuando el maestro se dirigía hacia el mapamundi, nos quedábamos atentos como si se iluminase la pantalla del cine Rex. Sentíamos el miedo de los indios cuando escucharon por vez primera el relinchar de los caballos y el estampido del arcabuz, íbamos a lomos de los elefantes de Aníbal de Cartago por las nieves de los Alpes, camino de Roma. Luchábamos con palos y piedras en Ponte Sampaio contra las tropas de Napoleón. Pero no todo eran guerras. Fabricábamos hoces y rejas de arado en las herrerías del Incio. Escribíamos cancioneros de amor en la Provenza y en el mar de Vigo. Construíamos el Pórtico de la Gloria. Plantábamos las patatas que habían venido de América. Y a América emigramos cuando llegó la peste de la patata. «Las patatas vinieron de América», le dije a mi madre a la hora de comer, cuando me puso el plato delante.
32 «¡Qué iban a venir de América! Siempre ha habido patatas», sentenció ella. «No, antes se comían castañas. Y también vino de América el maíz». Era la primera vez que tenía clara la sensación de que gracias al maestro yo sabía cosas importantes de nuestro mundo que ellos, mis padres, desconocían. Pero los momentos más fascinantes de la escuela eran cuando el maestro hablaba de los bichos. Las arañas de agua inventaban el submarino. Las hormigas cuidaban de un ganado que daba leche y azúcar y cultivaban setas. Había un pájaro en Australia que pintaba su nido de colores con una especie de óleo que fabricaba con pigmentos vegetales. Nunca me olvidaré. Se llamaba el tilonorrinco. El macho colocaba una orquídea en el nuevo nido para atraer a la hembra. Tal era mi interés que me convertí en el suministrador de bichos de don Gregorio y él me acogió como el mejor discípulo. Había sábados y festivos que pasaba por mi casa e íbamos juntos de excursión. Recorríamos las orillas del río, las gándaras, el bosque y subíamos al monte Sinaí. Cada uno de esos viajes era para mí como una ruta del descubrimiento. Volvíamos siempre con un tesoro. Una mantis. Un caballito del diablo. Un ciervo volante. Y cada vez una mariposa distinta, aunque yo sólo recuerdo el nombre de una a la que el maestro llamó Iris, y que brillaba hermosísima posada en el barro o el estiércol.
33 Al regreso, cantábamos por los caminos como dos viejos compañeros. Los lunes, en la escuela, el maestro decía: «Y ahora vamos a hablar de los bichos de Pardal». Para mis padres, estas atenciones del maestro eran un honor. Aquellos días de excursión, mi madre preparaba la merienda para los dos: «No hace falta, señora, yo ya voy comido», insistía don Gregorio. Pero a la vuelta decía: «Gracias, señora, exquisita la merienda». «Estoy segura de que pasa necesidades», decía mi madre por la noche. «Los maestros no ganan lo que tendrían que ganar», sentenciaba, con sentida solemnidad, mi padre. «Ellos son las luces de la República». «¡La República, la República! ¡Ya veremos adonde va a parar la República!». Mi padre era republicano. Mi madre, no. Quiero decir que mi madre era de misa diaria y los republicanos aparecían como enemigos de la Iglesia. Procuraban no discutir cuando yo estaba delante, pero a veces los sorprendía. «¿Qué tienes tú contra Azaña? Eso es cosa del cura, que os anda calentando la cabeza». «Yo voy a misa a rezar», decía mi madre. «Tú sí, pero el cura no». Un día que don Gregorio vino a recogerme para ir a buscar mariposas, mi padre le dijo que, si no tenía inconveniente, le gustaría tomarle las medidas para un traje.
34 «¿Un traje?». «Don Gregorio, no lo tome a mal. Quisiera tener una atención con usted. Y yo lo que sé hacer son trajes». El maestro miró alrededor con desconcierto. «Es mi oficio», dijo mi padre con una sonrisa. «Respeto mucho los oficios», dijo por fin el maestro. Don Gregorio llevó puesto aquel traje durante un año, y lo llevaba también aquel día de julio de 1936, cuando se cruzó conmigo en la Alameda, camino del ayuntamiento. «¿Qué hay, Pardal? A ver si este año por fin podemos verle la lengua a las mariposas».
Algo extraño estaba sucediendo. Todo el mundo parecía tener prisa, pero no se movía. Los que miraban hacia delante, se daban la vuelta. Los que miraban para la derecha, giraban hacia la izquierda. Cordeiro, el recogedor de basura y hojas secas, estaba sentado en un banco, cerca del paleo de la música. Yo nunca había visto a Cordeiro sentado en un banco. Miró hacia arriba, con la mano de visera. Cuando Cordeiro miraba así y callaban los pájaros, era que se avecinaba una tormenta. Oí el estruendo de una moto solitaria. Era un guardia con una bandera sujeta en el asiento de atrás. Pasó delante del ayuntamiento y miró para los hombres que conversaban inquietos en el porche.
35 Gritó: «¡Arriba España!». Y arrancó de nuevo la moto dejando atrás una estela de explosiones. Las madres empezaron a llamar a sus hijos. En casa, parecía que la abuela se hubiese muerto otra vez. Mi padre amontonaba colillas en el cenicero y mi madre lloraba y hacía cosas sin sentido, como abrir el grifo de agua y lavar los platos limpios y guardar los sucios. Llamaron a la puerta y mis padres miraron el pomo con desazón. Era Amelia, la vecina, que trabajaba en casa de Suárez, el indiano. «¿Sabéis lo que está pasando? En Coruña, los militares han declarado el estado de guerra. Están disparando contra el Gobierno Civil». «¡Santo Cielo!», se persignó mi madre. «Y aquí», continuó Amelia en voz baja, como si las paredes oyesen, «dicen que el alcalde llamó al capitán de carabineros, pero que este mandó decir que estaba enfermo». Al día siguiente no me dejaron salir a la calle. Yo miraba por la ventana y todos los que pasaban me parecían sombras encogidas, como si de repente hubiese llegado el invierno y el viento arrastrase a los gorriones de la Alameda como hojas secas.
36 Llegaron tropas de la capital y ocuparon el ayuntamiento. Mamá salió para ir a misa, y volvió pálida y entristecida, como si hubiese envejecido en media hora. «Están pasando cosas terribles, Ramón», oí que le decía, entre sollozos, a mi padre. También él había envejecido. Peor aún. Parecía que hubiese perdido toda voluntad. Se había desfondado en un sillón y no se movía. No hablaba. No quería comer. «Hay que quemar las cosas que te comprometan, Ramón. Los periódicos, los libros. Todo». Fue mi madre la que tomó la iniciativa durante aquellos días. Una mañana hizo que mi padre se arreglara bien y lo llevó con ella a misa. Cuando regresaron, me dijo: «Venga, Moncho, vas a venir con nosotros a la Alameda». Me trajo la ropa de fiesta y mientras me ayudaba a anudar la corbata, me dijo con voz muy grave: «Recuerda esto, Moncho. Papá no era republicano. Papá no era amigo del alcalde. Papá no hablaba mal de los curas. Y otra cosa muy importante, Moncho. Papá no le regaló un traje al maestro». «Sí que se lo regaló». «No, Moncho. No se lo regaló. ¿Has entendido bien? ¡No se lo regaló!». «No, mamá, no se lo regaló». Había mucha gente en la Alameda, toda con ropa de domingo.
37 También habían bajado algunos grupos de las aldeas, mujeres enlutadas, paisanos viejos con chaleco y sombrero, niños con aire asustado, precedidos por algunos hombres con camisa azul y pistola al cinto. Dos filas de soldados abrían un pasillo desde la escalinata del ayuntamiento hasta unos camiones con remolque entoldado, como los que se usaban para transportar el ganado en la feria grande. Pero en la Alameda no había el bullicio de las ferias, sino un silencio grave, de Semana Santa. La gente no se saludaba. Ni siquiera parecían reconocerse los unos a los otros. Toda la atención estaba puesta en la fachada del ayuntamiento. Un guardia entreabrió la puerta y recorrió el gentío con la mirada. Luego abrió del todo e hizo un gesto con el brazo. De la boca oscura del edificio, escoltados por otros guardias, salieron los detenidos. Iban atados de pies y manos, en silente cordada. De algunos no sabía el nombre, pero conocía todos aquellos rostros. El alcalde, los de los sindicatos, el bibliotecario del ateneo Resplandor Obrero, Charli, el vocalista de la Orquesta Sol y Vida, el cantero al que llamaban Hércules, padre de Dombodán… Y al final de la cordada, chepudo y feo como un sapo, el maestro.
38 Se escucharon algunas órdenes y gritos aislados que resonaron en la Alameda como petardos. Poco a poco, de la multitud fue saliendo un murmullo que acabó imitando aquellos insultos. «¡Traidores! ¡Criminales! ¡Rojos!». «Grita tú también, Ramón, por lo que más quieras, ¡grita!». Mi madre llevaba a papá cogido del brazo, como si lo sujetase con todas sus fuerzas para que no desfalleciera. «¡Que vean que gritas, Ramón, que vean que gritas!». Y entonces oí cómo mi padre decía: «¡Traidores!», con un hilo de voz. Y luego, cada vez más fuerte, «¡Criminales! ¡Rojos!». Soltó del brazo a mi madre y se acercó más a la fila de los soldados, con la mirada enfurecida hacia el maestro. «¡Asesino! ¡Anarquista! ¡Comeniños!». Ahora mamá trataba de retenerlo y le tiró de la chaqueta discretamente. Pero él estaba fuera de sí. «¡Cabrón! ¡Hijo de mala madre!». Nunca le había oído llamar eso a nadie, ni siquiera al arbitro en el campo de fútbol. «Su madre no tiene la culpa, ¿eh, Moncho?, recuerda eso». Pero ahora se volvía hacia mí enloquecido y me empujaba con la mirada, los ojos llenos de lágrimas y sangre. «¡Grítale tú también, Monchiño, grítale tú también!». Cuando los camiones arrancaron, cargados de presos, yo fui uno de los niños que corrieron detrás, tirando piedras.
39 Buscaba con desesperación el rostro del maestro para llamarle traidor y criminal. Pero el convoy era ya una nube de polvo a lo lejos y yo, en el medio de la Alameda, con los puños cerrados, sólo fui capaz de murmurar con rabia: «¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!».
Contraportada
Relatos españoles contemporáneos te presenta a cuatro de los mejores autores españoles de la actualidad. El relato que abre el libro, La lengua de las mariposas, resume el sentimiento de muchos españoles al comienzo de la Guerra Civil en 1936, un acontecimiento que marcó la historia de España. Además, es uno de los grandes relatos de la literatura española. La guerra, nuestra relación con las cosas que nos rodean, el amor y la amistad están presentes en los relatos que componen este libro. Esta colección de libros con audio te hará disfrutar de la mejor literatura escrita en español en sus textos originales. Además, podrás escuchar las historias con el acento original de sus autores en el CD de audio. Este libro está especialmente diseñado para preparar el DELE (intermedio y superior), por eso incluimos actividades al final de cada relato. Para facilitar su lectura encontrarás un glosario en español a pie de página y la traducción de esas palabras al inglés, francés y alemán.
Tarea 28/10/2024
A. Sustituya la expresión en negrita por un sinónimo del recuadro:
frecuentes, bote, pequeñas, valiosas, asustar, parado, tosca, hambre, percibís, artilugio, idea, tarrina, congelado, enorme, incomodar, inventario, válidas, oléis, impresión, mojado, sudado, estrecheces, terrón, saboreáis, entumecidos, fuerte, sensibilidad, frío
1. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad. pequeñas artilugo.
2. Cuando lleváis el dedo humedecid o a un tarro de azúcar ¿a que sentís ya el dulce en la boca como si la yema fuese la punta de la lengua? mojado bote percibís.
3. Aparecía a los dos o tres días ateridos y sin habla, como desertores del Barranco del Lobo. entumecidos.
4. Si de verdad me quería meter miedo, lo consiguió. asustar.
5. Por eso no lloré ni me resistí cuando apareció junto a mi la sombra recia de Cordeiro. fuerte.
6. Era la primera vez que tenía la clara sensación de que gracias al maestro yo sabía cosas importantes. impresión valiosas.
7. Estoy convencida de que el maestro pasa necesidades. estrecheces.
B. Elija la forma adecuada:
Había otro chaval, Eladio, que tuvo/tenía un lunar en la mejilla, al que le hubiera/había zurrado con gusto, pero nunca lo hice/hacá por miedo a que el maestro me mandaba/mandase darle la mano y que me cambiase/cambiaba del lado de Dombodán. La forma que don Gregorio tuvo/tenía de mostrarse muy enfadado fue/era el silencio. «Si vosotros no os calláis, tendré/tendría que callarme yo». Y se dirigió/dirigía hacia el ventanal, con la mirada ausente, perdida en el Sinaí. Era un silencio prolongado, descorazonador, como si nos habría/hubiese dejado abandonados en un extraño país. Pronto me di/daba cuenta de que el silencio del maestro era/fue el peor castigo imaginable. Porque todo lo que él tocara/tocaba era un cuento fascinante. El cuento podía/podría comenzar con una hoja de papel, después de pasar por el Amazonas y la sístole y diástole del corazón. Todo conetó/conectaba, todo tuvo/tenía sentido. La hierba, la lana, la oveja, mi frío. Cuando el maestro se dirigía/dirigió hacia el mapamundi, nos quedábamos/quedábamos atentos como si se iluminaba/iluminase la pantalla del cine Rex. Sentíamos/Sentíamos el miedo de los indios cuando escucharon por vez primera el relinchar de los caballos y el estampido del arcabuz, íbamos/fuimos a lomos de los elefantes de Aníbal de Cartago por las nieves de los Alpes, camino de Roma. Luchábamos/luchamos con palos y piedras en Ponte Sampaio contra las tropas de Napoleón. Pero no todo eran/fueran guerras. Fabricamos/Fabricábamos hoces y rejas de arado en las herrerías del Incio. Escribimos/Escribíamos cancioneros de amor en la Provenza y en el mar de Vigo. Construíamos/Construimos el Pórtico de la Gloria. Plantamos/Plantábamos las patatas que habían/habrían venido de América. Y a América emigrábamos/emigramos cuando llegaba/llegó la peste de la patata.
C. Busque la definición de las siguientes palabras:
1. candil 2. polizón 3. hule 4. vieira 5. vaharada 6. gargajo 7. pomo 8. porche
a. Grandeza o capacidad de una cosa.
b. Vapor de agua.
c. Agarrador de una puerta, mueble, etc..., de forma redondeada. 7. pomo
d. Golpe de tos fuerte.
e. Musculo cuya concha es la insignia de los peregrinos del Camino de Santiago. 4. vieira
f. Golpe de vaho, olor o calor. 5. vaharada
g. Vela para alumbrar
h. Flema que se expulsa por la boca. 6. gargajo
i. Miembro de la policía.
j. Persona que embarca clandestinamente para viajar sin pagar el pasaje. 2. polizón
k. Frasco para líquidos
l. Mejillón que se emplea en la elaboración de la paella.
m. Mantel de tela que se coloca encima de la mesa de trabajo.
n. Entrada a un edificio o zona lateral del mismo cubierta por una techumbre. 8. porche
o. Tela resistente y flexible plastificada para impermeabilizarla. 3. hule
p. Lámpara para alumbrar formada por dos recipientes de metal superpuestos, uno con aceite para alimentar la llama de la mecha y otro con un asa o un garfio para colgar 1. candil
D. Explique con ejemplos la diferencia de significado entre los verbos:
1a. correr: Andar rápidamente y con tanto impulso que, entre un paso y el siguiente, los pies quedan por un momento en el aire.
1b. corretear: Correr en varias direcciones dentro de limitado espacio por juego o diversión.
2a. blandir: movimientos con la mano o con algo en el aire.
2b. mover: Hacer que un cuerpo deje el lugar o espacio que ocupa y pase a ocupar otro.
3a. desertar: Abandonar sus banderas, las obligaciones o los ideales.
3b. traicionar: revelar un secreto, violar la fidelidad o la lealtad.
4a. desvanecer: Poco a poco se vuelve menos visible y se mezcla más con el fondo.
4b. desaparecer: Dejar de estar a la vista o en un lugar.
5a. resonar: Hacer sonido por repercusión. Transmitir vibraciones. Sonar mucho.
5b. sonar: Hacer o causar ruido. Tener valor fónico.
6a. acarrear: Transportar de cualquier manera.
6b. llevar: Llevar algo levantado con las manos y/o brazos de un lugar a otro.
7a. carraspear: Aclararse la garganta.
7b.toser: Hacer fuerza con la respiración, para arrancar del pecho lo que molesta.
8a. moverse: Date prisa, mantente activo para llegar a otro lugar.
8b. bambolearse: Muévete rítmicamente como lo haces en una mecedora, por ejemplo.
E. Haga una descripción física y psicológica de don Gregorio, el maestro:
Explique cómo lo imagina físicamente, cual es su edad, su aspecto .... El narrador solo nos dice que tenía cara de sapo. Para la descripción psicológica tenga en cuenta el comportamiento que mantiene en el relato.
Don Gregorio.
Descripción física.
La comparación con un sapo sugiere que Don Gregorio no era muy guapo, tal vez tenía la cabeza ancha y la piel desigual. Después de leer el cuento tengo una imagen de Don Gregorio como una persona de mediana edad o un poco mayor. El sastre le ofreció a don Gregorio un traje nuevo, puede ser que su ropa necesitara ser reemplazada.
Descripción psicológica.
Don Gregorio es un personaje quien manejar profundamente humano valores. A lo largo del relato, se muestra como un maestro apasionado por la educación. Él demuestra una gran paciencia y comprensión hacia sus aluminos. Su método de enseñanza es inclusivo y respetuoso, fomentando la curiosidad y el amor por el conocimiento. A pesar de la creciente tensión política y social, Don Gregorio se mantiene firme en sus principios y defiende la libertad de pensamiento y la importancia de una educación laica y crítica. Sus enseñanzas no solo abarcan conocimientos académicos, sino también lecciones de vida. Don Gregorio busca formar ciudadanos libres y pensantes, capaces de cuestionar y entender el mundo que los rodea.
F. Escriba de nuevo la historia pero teniendo en cuenta al profesor como narrador
El profesor como narrador:
La perspectiva de Don Gregorio
"La lengua de las mariposas 2" la cuenta el maestro tal como la vivió.
Mi nombre es Don Gregorio, y soy maestro en un pequeña pueblo de Galicia. Mi vocación siempre ha sido la enseñanza, y creo firmemente en la educación como herramienta para la libertad y el pensamiento crítico. En el invierno de 1935 a 1936, conocí a Moncho, un niño de ocho años. Recuerdo claramente el primer día de Moncho en clase. Estaba aterrorizado, temiendo que le pegara como hacían algunos maestros. Pero yo no soy así. Creo en una educación basada en el respeto y la curiosidad. El primer día de clases fue difícil para 'Moncho', se meó los pantalones de los nervios y luego se escapó del colegio muy rápidamente. Todo el pueblo lo había estado buscando ese día. Afortunadamente, 'Cordeiro el trabajador del parque' encontró a 'Moncho' y lo trajo sano y salvo a casa. A partir de ese día, Moncho comenzó a cambiar. Su miedo inicial se transformó en una curiosidad insaciable. Le enseñé sobre la naturaleza, las mariposas y la importancia de observar el mundo que nos rodea. Moncho se convirtió en un alumno brillante y entusiasta, y nuestra relación se fortaleció con cada lección. Fuera del aula, Moncho y yo explorábamos los campos y los bosques. Le mostraba cómo las mariposas tienen una lengua enroscada como un muelle, y cómo se desenrolla para beber el néctar de las flores. Estos momentos eran mágicos, y veía en sus ojos el brillo del descubrimiento. Sin embargo, la sombra de la Guerra Civil se cernía sobre nosotros. Las tensiones políticas aumentaban, y mis ideales de libertad y tolerancia no eran bien vistos por todos en el pueblo. La madre de Moncho, comenzó a preocuparse por la seguridad de su familia, especialmente por su esposo, Ramón, un hombre progresista y ateo. Un día, la situación se volvió insostenible. Los fascistas comenzaron a capturar a los republicanos, y el miedo se apoderó de todos. La madre de Moncho obligó a su familia a distanciarse de mí y de otros republicanos. Fue un golpe duro, pero entendí su miedo. El día que vinieron a buscarme, Moncho estaba allí. Vi el conflicto en sus ojos, la lucha entre el amor y la lealtad hacia su familia y el respeto y cariño que sentía por mí. Mientras me llevaban, escuché su voz gritar insultos que no eran suyos, sino de aquellos que lo rodeaban. A pesar de todo, sé que las semillas de conocimiento y libertad que planté en Moncho seguirán creciendo. La educación es una llama que no se apaga fácilmente, y tengo la esperanza de que algún día, en un futuro más libre, Moncho recordará nuestras lecciones y continuará buscando la verdad y la justicia.
G. Las preguntas de Marisol:
1. El relato se desarrolla en un pueblo gallego al final de la Segunda República(1931-1936) ¿Sabes cómo era la vida y el gobierno en España durante esos años? ¿Qué pasaba en Europa? ¿Qué signifícaba ser republicano en ese tiempo?. La Segunda República Española (1931-1939) fue un período de grandes cambios y tensiones en España. Se proclamó el 14 de abril de 1931, tras la caída de la monarquía de Alfonso XIII, y terminó con la victoria franquista en la Guerra Civil Española. Durante estos años, España experimentó una serie de reformas significativas. En el primero periodo (1931-1933), el gobierno republicano-socialista implementó reformas agrarias, laborales, militares y educativas. Sin embargo, el segundo periodo (1933-1936) vio un giro hacia la derecha, con intentos de revertir algunas de estas reformas. En 1936, el Frente Popular, una coalición de izquierda, ganó las elecciones, pero su gobierno fue interrumpido por la sublevación militar que dio inicio a la Guerra Civil. En Europa, la década de 1930 fue un período de gran inestabilidad. La Gran Depresión afectó a muchas economías, y el ascenso de regímenes totalitarios en Alemania e Italia creó un clima de tensión y conflicto que culminaría en la Segunda Guerra Mundial. Ser republicano en España durante la Segunda República significaba apoyar un régimen democrático y laico, con un fuerte énfasis en la modernización y las reformas sociales. Los republicanos defendían la separación de la Iglesia y el Estado, la educación laica y la igualdad de derechos para todos los ciudadanos. Sin embargo, también enfrentaban una fuerte oposición de sectores conservadores y monárquicos, lo que contribuyó a la polarización y eventual conflicto en el país.
2.¿A qué género literario crees que corresponde este cuento de Manuel Rivas? ¿Por qué lo crees así? ¿Qué características has encontrado que te hacen pensar esto? Desarrolla tu respuesta. "La lengua de las mariposas" de Manuel Rivas se puede clasificar dentro del género del realismo social. Este género se caracteriza por retratar la vida cotidiana y las condiciones sociales de una época específica, a menudo con un enfoque en las injusticias y las luchas de las clases trabajadoras. La historia se desarrolla en un pequeño pueblo gallego durante la Segunda República Española, un período de grandes cambios y tensiones sociales. La narrativa refleja las divisiones políticas y sociales de la época, así como el impacto de la Guerra Civil en la vida de las personas comunes. Personajes realistas: Los personajes, como Moncho y Don Gregorio, están profundamente arraigados en su entorno social y cultural. Sus experiencias y relaciones reflejan las realidades de la vida en un pueblo rural durante este período tumultuoso. La historia aborda temas sociales como la educación, la libertad de pensamiento, la represión política y la influencia de la Iglesia en la sociedad. Estos temas son centrales en el realismo social, que busca exponer y criticar las injusticias y desigualdades de la sociedad.
3. ¿Qué temas se tratan o se describen en este relato? Haz una lista de los 3 principales temas.
(a) Libertad y educación: La relación entre Moncho y Don Gregorio destaca la importancia de la educación, de la libertad de pensamiento y el pensamiento crítico.
(b) Relaciones e influencias sociales: las relaciones amistosas se ven presionadas debido a influencias externas que amenazan la vida y que hacen que las personas traicionen sus principios.
(c) Guerra y represión: La historia se sitúa en el contexto de la Segunda República Española. La guerra civil, las tensiones políticas y la represión tienen un efecto devastador en la suerte de los personajes.
4. ¿Recuerdas como fue tu primer día de estudios en la escuela / universidad o en tu clase de español? A pesar de que mi conocimiento del idioma español todavía está muy por debajo del nivel de mis compañeros de clase, todavía tuve una experiencia positiva en las primeras lecciones.
5. ¿Ha habido mucha diferencia entre tu educacíon y la de tus hijos? Compáralas, en caso no tuvieras hijos puedes compararla con la de tus sobrinos. Trabajo desde los dieciséis años y solo he tenido educación secundaria inferior. mis hijos han completado la educación profesional superior.
6. ¿Recuerdas aún a algún profesor a de tu escuela? ¿Por qué lo / la recuerdas? Recuerdo a un profesor en la escuela secundaria que nos dijo que probablemente solo teníamos que trabajar hasta los 50 años porque entonces las computadoras y los robots harían el trabajo. Esto es un poco decepcionante para mí ahora porque tengo casi sesenta y quatro años y mi jefe preferiría que siguiera trabajando durante muchos años más.
7. ¿Existe algún hecho o situación recurrente de parte de tus padres durante tus años de niñez o juventud? Cuando éramos pequeños, antes de irnos a dormir, mi hermanito, mis hermanitas y yo siempre veíamos nuestros programas favoritos en la televisión. Pero había noches en las que nuestra mamá quería ver sus programas de televisión favoritos. Realmente no nos gustó eso, pero 'no hay nada de qué preocuparnos', pensamos, porque cuando mamá veía televisión, por lo general no pasaba mucho tiempo hasta que mamá estaba en el país de los sueños. Si mamá dormía, el canal de televisión volvía a poner nuestros programas favoritos. Eso sucedió automáticamente porque, por supuesto, nadie lo había hecho. Y solo esperábamos que mamá se quede dormida por mucho tiempo. Porque si mamá se despertó nuevamente, la televisión tuvo que volver a poner su programa favorito. Pero claro, pensamos en eso caso de nuevo que no pasaba nada. Probablemente mamá no permanecerá despierta por mucho tiempo esta vez tampoco. Hubo noches en las que hubo bastante zapping debido a esto.
Posdata,
No había control remoto para el televisor en ese momento y teníamos que caminar hasta el televisor nosotros mismos para cambiar de canal, por lo que el zapping realmente no existía en ese momento.
8. Elige 2 ó 3 frases del relato que te gusten o que te gustaría usar en el futuro. Compártelas con los otros estudiantes.